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Del punto omega de Teilhard a la neoortogénesis de la nueva biología

Por Juan Luis Doménech Quesada

Resumen

Del punto omega de Teilhard a la neoortogénesis de la nueva biología Por Juan Luis Doménech Quesada (Parte I) Resumen A pesar de su indiscutible éxito, cerca de 150 años de darwinismo no han bastado para consolidar una teoría que, como ya saben los nuevos biólogos, es incompleta. La selección natural es un hecho, pero constituye una parte muy pequeña de la historia evolutiva y no es el mecanismo que produce progreso, sino que tan solo produce diversidad o estabilidad evolutiva, y, en no pocos casos involución. El tiempo ha dado la razón a los antiguos saltacionistas, pues la auténtica evolución progresiva se produce de forma brusca, bien sea por saltos o macromutaciones, bien sea por una sucesión rápida de grandes mutaciones. A ello apunta la teoría del equilibrio puntuado, lo corrobora la biología del desarrollo y lo demuestra drásticamente la teoría endosimbionte. Como también demostraron grandes científicos de antaño, con teorías como la senilidad racial, de Alpheus Hyatt, o el punto omega de Teilhard de Chardin, la Evolución es claramente ortogénica pues el progreso absoluto, medido en número de cambios de nivel de complejidad, tan solo se ha dado en una única rama, entre todas las que han formado el frondoso árbol de la vida.
Ninguna teoría ha conseguido explicar todavía el por qué de esa gran dirección. La selección natural y sus efectos, la adaptación, la diversificación, la especialización y la reversión, tan solo forman parte de uno de los cuatro principios de los que consta la nueva síntesis que se ha venido forjando durante los últimos años: el principio de regresión, al que hay que añadir el principio de progreso, el principio de mutación y el principio de dirección. Proponemos el nombre de neoortogénesis para esta nueva síntesis.

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El primer niño del autismo

Donald Triplett de niño

Hace casi 70 años, en 1943, el psiquiatra infantil Leo Kanner describió una compleja condición neurológica infantil que en aquel entonces se consideraba extremadamente rara. Tan rara que su estudio se limitó a los casos de once niños en Estados Unidos, a los que llamó autistas. El primer caso que describió fue el de un niño de Forest, Misisipi: Donald T, que desde entonces se conoció como el Caso 1 del autismo. Aunque se conservó un registro de parte de su infancia, y su nombre era conocido en el campo de la psiquiatría, nadie trató de averiguar qué había sucedido con Donald. Hasta hace muy poco.