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¿Por qué no quema el papel aluminio al sacarlo del horno?

Papel aluminio

Cuando uno prepara una papa al horno o un pescado envuelto en papel aluminio, a temperaturas cercanas a los 200 grados centígrados, es posible sacar la comida caliente sin quemarse mientras se haga contacto sólo con aluminio. ¿Por qué parece estar a una temperatura mucho más baja que el resto del contenido del horno?


La naturaleza no tiene la culpa

Iván Restrepo
La Jornada, 22 de septiembre, 2013.

La naturaleza no tiene la culpa El 27 de mayo pasado, en solemne ceremonia, el presidente Enrique Peña Nieto instaló el Consejo Nacional de Protección Civil. Acompañado de su gabinete y la mayoría de los gobernadores del país, el mandatario aseguró que estábamos a tiempo de construir las bases de un México menos vulnerable y más seguro en el futuro, pues es un deber irrenunciable del Estado mexicano crear condiciones de seguridad y protección para sus habitantes. Instruyó a la Secretaría de Gobernación, área encargada de coordinar los esfuerzos para la protección civil, a poner en marcha seis medidas fundamentales:

1. Crear y operar el Sistema Nacional de Alertas, que permita contar con información en tiempo real, para aumentar la seguridad de los mexicanos en situaciones de inminente peligro. 2. Iniciar la operación de la estrategia México Seguro ante Desastres, con el fin de contar con infraestructura y mayor capacidad de resistencia ante fenómenos naturales. 3. Iniciar una campaña de difusión de la cultura de la prevención y la protección civil, con especial énfasis en los habitantes de las zonas más vulnerables. 4. Actualizar el Atlas Nacional de Riesgos, para convertirlo en un instrumento más útil en la planeación del desarrollo y el ordenamiento territorial. 5. Establecer un Programa Nacional de Respuesta a Siniestros, Emergencias y Desastres, que permita la acción oportuna y coordinada del gobierno. 6. Crear cinco regiones con representación nacional de protección civil, a fin de fortalecer la coordinación interinstitucional entre los diversos sistemas existentes.

Estas medidas, se aseguró en dicha reunión, consolidarán a la Protección Civil como una fuerza preventiva y con mayor capacidad de respuesta. Algo urgente, pues, como vemos ahora, hay regiones donde las lluvias dejan periódicamente su huella de muerte y destrucción. Son especialmente las que tienen altos índices de pobreza. Por eso se insiste en que para reducir los riesgos es necesario acabar con la marginación social y económica, invertir en obras de mitigación, atacar las causas de la vulnerabilidad, que en muchos casos implica el fortalecimiento de la infraestructura o la reubicación de la población que habita en zonas de riesgo. Además, porque por cada peso que se invierte en acciones preventivas, se ahorran siete en obras y tareas de reconstrucción. Pero en México la inversión en prevención de desastres es 30 veces menor de lo que se gasta en atender las emergencias y la reconstrucción. Y cuando aumenta el número e intensidad de los desastres. Si en el primer año del milenio las repercusiones económicas de éstos últimos ascendieron a más de 2 mil millones de pesos, ocho años después fueron de 14 mil millones.

Se sigue culpando a la naturaleza de los desastres cuando en muy buena parte se debe a errores humanos, a falta de planeación y medidas adecuadas para proteger a la gente, la obra pública y las actividades económicas. Como en Monterrey, donde periódicamente se desborda el río Santa Catarina. O en Chalco y otras zonas del estado de México. Y en las áreas serranas y bajas de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Hidalgo y Guerrero. Con el agravante de que el cambio climático es un nuevo reto para la prevención pues modificó la geografía de los riesgos. Además, hay corrupción y favoritismo político al distribuir los recursos, como se comprobó durante el sexenio del becario de Harvard. El programa para los asuntos de la protección civil y los desastres naturales que Peña Nieto puso en marcha en mayo lo hizo pedazos la realidad y la incompetencia oficial. Los dos huracanes, que dejan más de 100 muertos, más de un millón de damnificados y pérdidas crecientes en la economía y la infraestructura pública, muestran que se siguen ignorando las causas verdaderas de este y otros desastres anteriores: deforestación, azolve de cuencas hidrográficas, nula planeación urbana y rural, pobreza, obra pública mal hecha, corrupción, descoordinación institucional, entre otras. De eso no tiene culpa la naturaleza. Urgente, ayudar a los que ahora lamentan la pérdida de seres queridos, su patrimonio, sus cosechas y fuentes de trabajo. Y se pronostican más de 20 huracanes…


 

¿QUÉ SON LOS GENES?

Máximo Sandín


¿Qué son los genes? ¿Qué idea se ha implantado (nos han implantado) a los científicos y a la sociedad sobre el carácter de la herencia de nuestros rasgos físicos, de nuestra naturaleza, incluso de nuestro comportamiento? Si buscamos su definición científica, nos encontramos con que “Un gen es una secuencia ordenada de nucleótidos en la molécula de ADN  que contiene la información necesaria para la síntesis de una macromolécula con función celular específica, habitualmente proteínas pero también ARNm, ARNr y ARNt.  El gen es, pues, la unidad mínima de función genética, que puede heredarse”. Es decir, ahí, en el ADN, está todo lo que somos, desde nuestro aspecto hasta nuestro cerebro. La frase “lo lleva en los genes” ha pasado a formar parte del vocabulario coloquial, especialmente si la persona que la pronuncia se tiene por culta. Pero, ¿qué hay detrás de esta forma de ver la realidad denominada determinismo genético? Que hay personas limitadas por sus genes o personas llevadas al éxito por sus características genéticas; que tienen “buenos genes” (recientemente, se ha publicado el hallazgo del “gen del liderazgo”.) Que las cosas son como son porque la Naturaleza reparte los genes de una forma poco generosa, si tenemos en cuenta las proporciones de ganadores y de perdedores que se observan en la sociedad, en la  Humanidad.


La idea de que las personas nacen para ser dominadores o dominados es vieja y se puede encontrar en Aristóteles (lo que no es extraño si tenemos en cuenta que era propietario de esclavos), pero la conexión de estas ideas con el pensamiento científico actual se encuentra en el calvinismo y su concepto de “predestinación”, según la cual, ser humano está predestinado de antemano a condenarse o salvarse. Entonces, ¿cómo reconocer a los predestinados a la salvación? Para el calvinismo está claro: Si a uno le “va bien” en la vida, si sus negocios son prósperos, es virtuoso y vive con austeridad, es seguro que se salva. En cambio si uno solo tiene desgracias en esta vida (para concretar: si es pobre), seguro que está condenado.  Y la concepción religiosa de la vida tiene estrechas relaciones con la cultura en que nace y, a su vez,  impregna el pensamiento de las personas pertenecientes a esa cultura, independientemente de sus creencias religiosas. El reflejo “científico” de este fenómeno se plasma en “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”, un libro de una inconsistencia científica notable y de una confusión (literaria y conceptual)  mareante elaborado por un desocupado clérigo anglicano de buena posición económica (su única actividad laboral era la de prestamista) llamado Charles Robert Darwin, al parecer, desconocedor de los estudios científicos sobre la evolución que llevaban realizándose en la universidades europeas desde cien años antes. Su gran “descubrimiento”, la selección “natural”, fue producto de una más de sus torpes argumentaciones: Del mismo modo que los ganaderos seleccionan animales útiles para ellos, la Naturaleza seleccionará “indudablemente” en la “lucha por la vida” a los seres con características “favorables”. Una extrapolación absurda, como fue puesto de manifiesto por los científicos evolucionistas de la época, pero que resultó muy del agrado de personajes muy influyentes científicamente, pero sobre todo, socialmente, porque esta concepción implicaba que la vida es una competencia permanente, que las características “favorables” o “desfavorables” eran intrínsecas a los seres vivos (por supuesto, fundamentalmente al hombre), y que la Naturaleza premiaba a los “más aptos”.


La obsesión por traducir científicamente esta conveniente (para algunos) concepción de la realidad se plasmó en el “invento”, a principios del siglo XX, de la Genética de poblaciones, un fraude consciente o inconscientemente llevado a cabo por científicos eugenistas, convencidos de que había que “mejorar la Humanidad” librándola de “genes malos”, de las personas de baja calidad. Basándose en una concepción simplista del “gen” como responsable directo y único de un carácter concreto, que ya se sabía falsa por entonces, y mediante fórmulas basadas en la posibilidad de sacar cara o cruz en una moneda lanzada al aire, consiguieron “demostrar” matemáticamente que si un “gen” tenía una pequeña “ventaja” (su obsesión irrenunciable), con el tiempo, se haría único en toda la especie mediante la selección “natural”. Aunque pueda parecer absurdo, incluso increíble, con este argumento, se dio por demostrada la “actuación” de la selección “natural” y se dio por bueno el darwinismo para explicar la evolución.


Parece que la conexión entre la teoría “científica” y el pensamiento calvinista es clara, pero ¿cómo se consiguió implantar semejante fraude en el ámbito científico? La historia sería larga de contar y documentar, pero se puede resumir en la imposición de la cultura dominante en el mundo de la ciencia controlada, especialmente tras la Segunda Guerra mundial, por las élites financieras . Las mismas que hoy controlan la mayor parte de las grandes empresas farmacéuticas y biotecnológicas, que apoyaron desde el principio, las investigaciones de los científicos eugenistas.


Y, ¿cuál es el interés práctico del mantenimiento de esta visión? Por una parte, la justificación “científica” de la situación que ellos mismos nos han impuesto: Si la vida es una permanente competencia y existen individuos intrínsecamente “más aptos”, las cosas son como son porque son “leyes naturales” (como decía John Rockefeller). Por otra, si el “gen” es la unidad de información genética, si se consigue cambiar los genes a voluntad, se podría “mejorar” las características humanas, prolongar la vida del que pudiese pagárselo, incluso crear “superhombres”.  Pero estas absurdas pretensiones (que no se han abandonado) fueron pronto superadas por otras más  factibles y más prácticas: si se consigue cambiar genes en cereales y otros productos vegetales, se patentan esos productos y se impone su cultivo se puede llegar a acaparar el control de la alimentación mundial. Y parece que lo están consiguiendo….


Afortunadamente, en el mundo de la Ciencia, la honestidad intelectual es el rasgo más común y, a pesar de la “formación” que recibimos, que se puede desglosar en desinformación (histórica) y deformación (científica), siempre ha habido científicos que no se han conformado con las “consignas” recibidas para dar por explicado, con unos argumentos tan simples, la complejidad de la Naturaleza, y siempre han habido científicos que no paran de buscar respuestas, y, con los progresos en las técnicas de observación y análisis de los fenómenos biológicos se están produciendo descubrimientos que han derribado, no sólo la base conceptual de las manipulaciones genéticas, sino toda la base “teórica-ideológica” que las sustenta. En 2003 nació el proyecto ENCODE (Enciclopedia de los Elementos del ADN), formado por 442 científicos de 32 laboratorios de seis países (entre ellos, España) con el objeto de analizar con la máxima resolución posible una fracción mínima del genoma humano. Los resultados deberían haber provocado una verdadera revolución en el campo de la Biología porque desbaratan todos los fundamentos teóricos asumidos como su concepto unificador, su fundamento teórico. Veamos algunos de ellos.


En términos generales, los resultados del proyecto ENCODE  han destruido el concepto de “gen” como “unidad de información genética”. Se ha comprobado algo que se intuía desde hace tiempo: que la información genética no proviene directamente de los “genes” codificantes de proteínas, que constituyen el 1,5% del genoma (lo que nos anunciaron como “la secuenciación del genoma humano”), sino que es el resultado de la interacción de una enorme cantidad de componentes dispersos por el conjunto del genoma y está sometida a las condiciones ambientales en que se expresa. Para explicarlo de un modo gráfico, lo que se consideraba “genes” no son entidades individuales sino fragmentos de ADN dispersos por el genoma y sin un significado concreto, es decir, no serían “palabras” sino algo así como sílabas sin sentido, y es la parte no codificante del genoma, el 98,5% restante, que se había calificado como “basura” o “ADN egoísta” (la “gran aportación” del ultradarwinista Richard Dawkins) la que regula a distancia estas silabas para producir “palabras” con sentido, la que decide cómo se combinan las sílabas y dónde y cuándo se expresan y esta expresión está condicionada por el metabolismo celular y depende, por tanto, del ambiente externo. Es decir, los mismos “genes” tienen significados distintos en distintos organismos y se expresan (o no) de modo diferente en los distintos tejidos, en las diferentes etapas de la vida y en función de las condiciones ambientales.


En definitiva, la información genética, no está en los genes, sino que es producto de una red que comunica unas secuencias con otras, y con una enorme cantidad de proteínas en el contexto del ambiente, y son los fallos en la “maquinaria reguladora” de la información genética, producidos por algún factor ambiental, los responsables de las llamadas “enfermedades genéticas”.  No será “cambiando los genes”, 200 de los cuales están patentados, como se combatirán (previo pago) las “enfermedades genéticas”. Y tampoco nos podrán convencer de que existen los “genes” que determinan el comportamiento humano.


Se les acabó el negocio. Se les acabó su fraudulenta justificación. La vida no es una gigantesca maquinaria de relojería, sino una red compleja de interacciones en la que juega un papel fundamental la capacidad de cooperación y la consciencia ecológica.

 

De sequias y Tormentas

 

Julia Carabias
Reforma, 28 de septiembre, 2013.

Durante meses vivimos en el país una de las sequías más fuertes que se han registrado en los últimos años, ocasionando la pérdida de vidas humanas y dejando severos daños económicos y presas en niveles críticamente bajos. En pocas semanas, la sequía se interrumpió y quedamos atrapados en intensas tormentas que han cobrado nuevas vidas y provocado pérdida de bienes materiales y económicos. El recuento de daños es abrumador y el drama que viven centenas de miles de personas, acongojante. Como siempre, los más afectados, los más pobres.

Los eventos meteorológicos extremos ocurren en nuestro territorio por estar situado en la franja intertropical del planeta, con enormes cadenas montañosas y entre los dos océanos más grandes del mundo. Más de 40% de territorio nacional es árido o semiárido, en donde la escasez del agua es una característica intrínseca natural, por ello existen los desiertos; un 27% se encuentra en el trópico húmedo y subhúmedo, con altas precipitaciones en el verano, y allí se establecen las selvas. Además, la accidentada topografía produce que la mayor parte del país tenga pendientes mayores de 15 grados.

Éstas son las características naturales de México y a ello se debe la rica diversidad natural y cultural. El gran reto que enfrentamos, ante esta condición, es lograr disminuir los impactos socioeconómicos de los fenómenos hidrometeorológicos extremos que seguirán ocurriendo de manera recurrente. ¿Cuántos de estos fenómenos pueden adjudicarse al cambio climático? No hay una respuesta contundente. De lo que sí hay evidencia es que estos episodios se están volviendo más frecuentes e intensos a causa del fenómeno antropogénico del cambio climático, lo cual nos obliga a prepararnos. Cada vez más se escucha: el año más seco, el mes más lluvioso, el huracán más intenso.

La magnitud de los efectos de estos fenómenos naturales depende de lo que encuentren en donde ocurren. Si ya no están los ecosistemas naturales, sino los productos de la construcción humana, entonces el evento se convierte en desastre. Se han ocupado espacios naturales de alto riesgo con infraestructura y sistemas productivos. El desorden de la urbanización y de la ubicación de los asentamientos rurales ha ocasionado esta situación de crisis.

Se deforestaron las montañas y en sus faldas, así como en las orillas de los ríos y arroyos, se asientan los poblados; las frecuentes lluvias torrenciales no tienen forma de filtrarse en el suelo por la falta de vegetación y, por consecuencia, se producen avalanchas que entierran los poblados; el agua corre por ríos y arroyos, cuyos cauces están azolvados por la erosión y sus márgenes invadidos con infraestructura, arrasando con lo que encuentra a su paso; los humedales son desecados y en ellos se construyen viviendas, fraccionamientos, comercios, pavimento. El agua necesita salir al mar, y si los espacios naturales han desaparecido o están bloqueados, lo hará por donde encuentre camino. Ésta es la trágica situación que han estado viviendo en los últimos 15 días las poblaciones de Quechultenango, Tixtla, La Pintada, Chilpancingo, la periferia de Acapulco, por sólo mencionar algunos ejemplos en Guerrero.

Ahora, los anuncios son de reconstrucción. Pero no se debe reconstruir lo que inicialmente está mal construido y ubicado en áreas de riesgo. Es indispensable considerar la información generada mediante el ordenamiento ecológico del territorio y el Atlas Nacional de Riesgos, entre otros instrumentos. Sin embargo, no se hace uso de esta información: la planeación territorial y urbana es prácticamente inexistente; los asentamientos irregulares se toleran y muchas veces incluso se fomentan; numerosas autorizaciones de construcción están en contra de la normatividad vigente y no se fincan responsabilidades. Estos eventos obligan, una vez pasada la emergencia -ante la cual no hay que escatimar para ayudar a quienes quedaron en la desgracia-, a implementar con urgencia las medidas de adaptación al cambio climático que desde hace muchos años están planteadas en la “Estrategia Nacional de Cambio Climático”; medidas que, aunque impopulares y difíciles de implementar, son imprescindibles para evitar las tragedias, como es el caso del ordenamiento de los asentamientos humanos y de la reubicación de los más expuestos al riesgo. Asimismo, es urgente revisar a fondo la legislación sobre la zona federal, que, además de obsoleta, no se cumple.

Por otro lado, debemos reconocer que las tormentas también traen beneficios. El agua que se precipita en el territorio nacional es indispensable para recuperar parte de los niveles perdidos de los cuerpos de agua y de las presas. Cuando vengan nuevamente las secas, sus efectos serán menos severos. Estas tormentas tropicales permitirán que haya agua para la población, para la producción y para los ecosistemas. Así es la naturaleza, salvaje e indomable; tenemos que aprender a adaptarnos, a vivir con ella y a aceptar que no debemos desafiarla.