EL ENGAÑO

Osvaldo González Rojas

La capacidad de engañar es una de las más poderosas armas con las que la naturaleza dotó a los seres vivos con el objetivo de facilitarles la supervivencia en el hostil medio que ella misma generó. Ésta le permite, al ser que mejor la practica, tomar ventajas con respecto a víctimas, a rivales y a enemigos; su producto, el engaño, presenta diversas modalidades, según su origen, destinatario y objetivos precisos; si el destinatario es una inofensiva posible víctima, el procedimiento puede consistir en algo tan simple como distraer su atención para que ésta baje, transitoria y fatalmente, la guardia, pero también pudiera ser algo más sofisticado, tal como una falsa promesa de seguridad o de placer, revestida quizás de brillantes colores, de ricos aromas, de bellas formas o de seductoras palabras. También podría tomar el aspecto de un elaborado disimulo o de un eficiente camuflaje, es decir, ya sea de un artero ocultamiento de intenciones o de un disfraz que confunda al peligroso acechante con el entorno o lo haga aparecer inofensivo, tal como ocurre con un lobo vestido con piel de oveja. Sin embargo, cuando el engaño va destinado a rivales y enemigos, el engañante tiene que ser más cuidadoso porque éstos, a diferencia de los débiles e inofensivos, pueden oponer una resistencia tal que la posible víctima se convierta en victimaria; por ello, en esos casos, el engañante debe procurar comportarse con mayor inteligencia, astucia y sutileza que su oponente, haciendo gala de una muy alta habilidad, si es que desea lograr vencer y conseguir sus propósitos. Entre las formas más solapadas y efectivas de engaño se encuentra la cortesía falsa, que se confunde con la hipocresía, para recubrir a las peores intenciones.

Es bueno tener presente que el engañante define, a través de su actuar, cuales son sus posibles víctimas, rivales o enemigos y, en consecuencia, tras desvelarse sus verdaderas intenciones, debe estar preparado para soportar los conflictos a los que pudiesen dar origen las represalias que los afectados optasen por ejercer.
Y, claro está, aunque nunca se desea engañar a quien se ama o estima, es un hecho que ello sucede; sin embargo, entonces, el engañante jamás se libra de un molesto cargo de conciencia o de la desazón de constatar el enorme dolor que su acción causa en quien se creía amado, dolor mucho más intenso que cuando la felonía tiene otro origen.
De este modo, si bien engañar a otros seres humanos puede ser, en ciertos casos, una muestra de inteligencia y habilidades superiores, es usualmente considerado como muy reprobable porque ese acto revela falta de amor, de consideración y de respeto hacia los demás y también porque en él se encuentra la base de muchos de los enfrentamientos que acidifican la convivencia humana.
Si engañar a otros es, por lo general, muy feo, engañarse a sí mismo es, también por lo general, tonto. Quien lo hace revela que no se ama ni respeta lo suficiente a sí mismo y también que posee un desarrollo intelectual muy limitado. Para que el auto engaño fuese aceptable, tendría que ser muy inteligente y con un propósito altruista (no arribista) casi comprometido con la supervivencia misma de quien lo lleva a cabo; en ningún caso debiera ser tan torpe como el del avestruz, la cual cree eliminar el peligro escondiendo la cabeza, o tan infantil como el del niño que también supone que se hará invisible para los demás, con sólo taparse los ojos.
El que es engañado o el que ha logrado auto hacerlo, comienza, en ese aspecto, a vivir en un mundo de fantasía, en un mundo de irrealidades del cual puede volver a la tierra en forma violenta y desagradable. Es bueno pues, todos lo sabemos, tomar precauciones, especialmente cuando de auto engañarse se trata.
¿Y quiénes tienen más necesidad de engañar?; sin duda que los débiles (o los que creen serlo) y los depredadores, es decir, los que buscan víctimas. Así, los niños mienten por temor y muchas mujeres también; disimulan y engañan aquellos de alma frágil cuando se sienten amenazados y los que temen perder, lo que sea. ¿Ha visto, alguna vez, camuflarse a un elefante?, ¿o a una mamba?. Engañan también los depredadores y los que tienen alma de tales; se han acostumbrado a hacerlo para sobrevivir. ¿Se ha dado cuenta que la serpiente de cascabel se camufla para actuar como depredadora pero no lo hace cuando se cree amenazada?.
¿Y para quienes es mayor la probabilidad de ser engañados?; curiosamente, también para los depredadores (o a los que se ve como tales) y para los más débiles. A los depredadores y a los poderosos se los engaña por temor y para competir por sus favores; se los engaña mientras son o parecen fuertes pues, llegado el momento adecuado, hasta el león es comido por las hienas y los gusanos. Se engaña y agrede a los más débiles porque no se tiene temor de ellos pero es bueno recordar siempre la realidad anterior.
Sí, el engaño y las contramedidas correspondientes son omnipresentes en la naturaleza y forman parte de las pruebas que todos los seres vivos deben pasar para demostrar las capacidades de adaptación que facilitan la competencia por sobrevivir. El ser humano, aunque no es ajeno a ellas y está condenado a convivir con sus negativos efectos, tiene, para mitigarlos, algo que el resto de la naturaleza no posee: su conciencia y su capacidad de sentir amor. Es desarrollando estos dones que los miembros de cualquier comunidad pueden hacer sus vidas más gratas, fructíferas y felices.

26 octubre 2006

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