TIEMPO Y AUTOORGANIZACIÓN EN LA
FILOSOFÍA ZOOLÓGICA DE LAMARCK

José Luis González Recio
(Universidad Complutense de Madrid, España)

Francisco Javier Serrano Bosquet
(Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México)

Superando los modelos tradicionales de las ciencias biológicas – ligados a supuestos que tal vez hayan obstaculizado en parte la explicación del origen y la arquitectura morfológicofuncional de las estructuras y los procesos orgánicos–, las nuevas ciencias de la complejidad abren perspectivas hacia una futura integración de las diferentes disciplinas que abordan el problema de la autoorganización.

El nacimiento de estos enfoques –que entroncan con viejos proyectos teóricos como la teoría general de los sistemas de von Bertalanffy, Paul Weiss, Anatol Rapport y Keneth Boulding; el desarrollo de la cibernética a partir de los trabajos de Norbert Wiener, W. Ross Ashby y Stafford Beer; la termodinámica del no equilibrio de Aharon Katchalsky e Ilya Prigogine; o la teoría de los autómatas celulares iniciada por John von Neumann–, el nacimiento de estos enfoques –decíamos– posee un interés generalizado por su ámbito de inserción científica, pero lo tiene en especial dentro del dominio de problemas que plantean los sistemas dinámicos adaptativos. En efecto, las obras y recientes trabajos de GellMann, Kauffman, Goodwin, Eldredge o Gould, entre otros muchos, suponen un desafío al darwinismo ortodoxo, y, al tiempo, un prometedor programa de investigación. Las aportaciones de la dinámica no lineal y la termodinámica del no equilibrio en las últimas décadas del siglo XX y en estos primeros años del siglo XXI se ofrecen, en realidad, como un contexto de interpretación que ha modificado en profundidad nuestro modo de entender los sistemas complejos, la emergencia, la adaptación o la autoorganización. El formato a que obliga la ponencia que se presenta a un congreso nos impide entrar en los detalles que caracterizan las líneas de investigación desarrolladas por los autores que acabamos de citar, pero nos es suficiente destacar sus propuestas más generales y básicas, que resumiríamos así: 1) atención al organismo como entidad fundamental, frente al reduccionismo ontológico y epistemológico que sitúa en los genes el estrato primario de composición y explicación; 2) acento en la relevancia que dentro de la dinámica morfogenética poseen los factores estructurales internos, frente a la consideración excluyente de los factores externos; 3) aspiración a una interpretación legal de la organización, frente a la simple narración histórica; 4) consideración de la forma biológica como un aspecto esencial, y no meramente accidental, de los organismos; 5) acercamiento a los organismos como sistemas autoorganizados y adaptados que manifiestan propensiones funcionales; organismos que no pueden asimilarse a escuetas máquinas de supervivencia. Pues bien, nuestra comunicación pretende poner de manifiesto que todas estas premisas tienen alguna sintonía con determinadas posiciones defendidas por JeanBaptiste Pierre Antoine de Monet, Caballero de La Marck. Procuraremos mostrar, en realidad, que la morfología simultáneamente generativolegal y genealógica –a la que invitan, por ejemplo, Goodwin o Kauffman– recuerda al marco teórico propuesto por Lamarck en su Filosofía zoológica.

Es un lugar común que la culminación del transformismo predarwiniano está contenida en las obras de Lamarck, quien empieza a divulgar sus ideas hacia 1800 (lección inaugural del curso que imparte sobre invertebrados, publicada un año más tarde con el título de El sistema de los animales sin vértebras), aunque es en la Filosofía zoológica, de 1809, donde dichas ideas quedan sistematizadas(NOTA 1). El concepto rector de la obra es la idea de una transformación orgánica que habría llevado, de modo singularmente lineal, desde los organismos simples hasta los más complejos en organización. La naturaleza ha producido –declara el naturalista francés– sucesiva y gradualmente los distintos seres vivos según la complejidad creciente que se hace manifiesta en la scala naturae. De hecho, el orden en que se disponen los grupos animales a lo largo de dicha escala –primero los más perfectos y luego los más simples– viene a representar el orden inverso con el que se han originado en la naturaleza. Un origen y una evolución lineal mantenido perpetuamente, porque los organismos vivos más simples –cree Lamarck– nacen espontáneamente. De esta manera, su transformismo cristaliza en una idea de evolución continua y siempre renovada, con pocas ramificaciones en la línea filogenética, y con una drástica separación entre los reinos animal y vegetal.

¿Cuáles son los mecanismos responsables del proceso? En las dos obras ya mencionadas queda contenida la teoría lamarckiana sobre las causas de la evolución, fijandose en primer lugar dos leyes: la del uso y el desuso de los órganos y la de la heredabilidad de los caracteres adquiridos (Filosofía zoológica). Eran concepciones que, no obstante, formaban parte ya de la cultura científica, y cuya paternidad no puede atribuírsele. En la Historia natural de los animales sin vértebras les antepondrá dos más, dando a las cuatro la siguiente formulación:

1ª La vida, por sus propias fuerzas, tiende continuamente a acrecentar el volumen de todo cuerpo que la posee, y a extender las dimensiones de sus partes hasta un término que establece por sí misma.

2ª La producción de un nuevo órgano en un cuerpo animal resulta de la aparición de una nueva necesidad, que continúa haciéndose sentir, y de un nuevo movimiento que esta necesidad hace nacer y mantiene.

3ª El desarrollo de los órganos y su fuerza de acción están constantemente en razón del empleo que se hace de ellos.

4ª Todo lo que ha sido adquirido, trazado o cambiado en la organización de los individuos, durante el curso de sus vidas, es conservado por la generación y transmitido a los nuevos individuos que provienen de aquellos que han sufrido estos cambios (Lamarck, 1969, vol.I: 181182).

Tomadas en conjunto, las cuatro leyes pretenden dar cuenta tanto de las pequeñas transformaciones sucesivas como de la evolución en un sentido global. La primera ley atiende a la organización ascendente que se da en la filogenia. La segunda y tercera se refieren a la actuación de las circunstancias ambientales. Y la cuarta, por último, garantiza la transmisión de las ventajas adaptativas que el animal adquiere en el transcurso de su vida. Ahora bien, las circunstancias del entorno provocan transformaciones directas únicamente en las plantas y los animales inferiores, en realidad. Por lo que se refiere a aquellos animales que poseen sistema nervioso, la modificación de las circunstancias ambientales a que están sometidos lo que origina son nuevas necesidades, que producen nuevos hábitos, que, a su vez, después de muchas generaciones, dan lugar a la aparición de nuevos órganos. La función crea el órgano es el conocido lema que suele utilizarse como resumen del transformismo lamarckiano, y que debe complementarse con el supuesto de que en los animales de menor complejidad las condiciones externas pueden inducir cambios directamente.

El cuadro teórico fundamental propuesto en la Filosofía zoológica se encuentra compendiado en el capítulo VII del libro. Lleva por título: De la influencia de las circunstancias sobre las acciones y las costumbres de los animales, y de la de las acciones y las costumbres de estos cuerpos vivos, como causas que modifican su
organización y sus partes.
Lamarck se enfrenta sin demasiada retórica a la cuestión que quiere abordar, y a poco de empezar el capítulo declara:

En realidad, desde hace mucho tiempo, se ha notado la influencia de los diferentes estados de nuestra organización sobre nuestro carácter, nuestras inclinaciones, nuestras acciones e incluso nuestras ideas, pero me parece que todavía no ha habido nadie que haya hecho conocer la de nuestras acciones y nuestras costumbres sobre nuestra misma organización […].
La influencia de las circunstancias, efectivamente, actúa siempre y en todas partes sobre los cuerpos que gozan de la vida, pero lo que hace que esta influencia nos sea difícil de captar es que sus efectos no se vuelven sensibles o reconocibles (sobre todo en los animales) sino después de mucho tiempo (Lamarck, 1971: 177178).

Lamarck desea establecer, en suma, la noción de una scala biológica casi unilineal y ascendente, que se presentaría con un curso todavía más regular, de no ser por la multitud de influencias a que se ven sujetos los seres vivos. Cree que la materia viva tiende de manera espontánea a componer una complejidad creciente –primera ley–. Las circunstancias del medio hacen que, aunque no se pierda esa linealidad en el avance continuo hacia formas más complejas de organización, el trayecto filogenético no se manifieste en su regularidad original. Con todo, lo que aquí se llaman circunstancias ambientales no actúan directamente como agentes modificadores. Es precisa una mediación que queda aclarada en los siguientes términos:

En efecto, será evidente que el estado en que vemos a todos los animales es, por una parte, el producto de la complejidad creciente de la organización que tiende a formar una gradación regular, y, por la otra, que es el de las influencias de una multitud de circunstancias muy diferentes que tienden continuamente a destruir la regularidad en la gradación de la composición creciente de la organización.

Aquí se hace necesario que explique el sentido que yo concedo a estas expresiones: Las circunstancias influyen sobre la forma y la organización de los animales, es decir, que al volverse muy diferentes cambian, con el tiempo, esta forma e incluso la organización por medio de modificaciones proporcionadas.

Seguramente, si se tomasen estas expresiones al pie de la letra, se me atribuiría un error; pues sean cuales sean las circunstancias, no operan directamente sobre la forma y sobre la organización de los animales ninguna modificación.

Pero grandes cambios en las circunstancias producen grandes cambios en las necesidades de los animales y cambios iguales en las acciones. Así, si las nuevas necesidades se vuelven constantes o muy duraderas, los animales adquieren nuevos hábitos, que son tan duraderos como las necesidades que los han hecho nacer. He aquí algo que es fácil de demostrar, y que ni siquiera exige explicación para ser comprendido.

Así, pues, es evidente que un gran cambio en las circunstancias, que se haya convertido en constante para una raza de animales, conduce a éstos animales a nuevos hábitos.

Según esto, si unas nuevas circunstancias, convertidas en permanentes para una raza de animales han dado a estos animales nuevos hábitos, es decir, los han llevado a nuevas acciones que se han convertido en habituales, habrán hecho que tal parte se use con preferencia a tal otra, y, en ciertos casos, la falta total de empleo de una parte que se habrá convertido en inútil (Lamarck, 1971: 179180).

En los vegetales la acción del ambiente se ejerce con mayor inmediatez, pero incluso aquí, por cercana que sea tal acción, no dejan de existir niveles mediadores. En sentido estricto, las circunstancias del entorno operan sobre los movimientos vitales de la planta –sobre su fisiología–, y son éstos, después, los que moldean la estructura del vegetal. "Todo se opera por los cambios que provienen de la nutrición del vegetal, de sus absorciones y sus transpiraciones, de la cantidad de calórico, de luz, de aire y de humedad que recibe habitualmente, y de la superioridad que ciertos movimientos vitales pueden adquirir sobre los demás" (Lamarck, 1971: 180181). De ello resulta que, al ser tan cambiantes las circunstancias ambientales sobre la superficie de la Tierra, las formas vegetales y animales tienden constantemente a variar, con independencia de su propensión espontánea a modificarse, adquiriendo una mayor complejidad. Lamarck introduce en este pasaje de la Filosofía zoológica las leyes sobre el uso y desuso de los órganos y sobre la heredabilidad de los caracteres adquiridos. Una vez fijadas, y habiendo aludido –bien es verdad que sin mucho detenimiento– al tipo de alteraciones del ambiente que pueden provocar cambios en las necesidades de los seres vivos, procura ilustrar con ejemplos su visión de los mecanismos transformadores.

El modelo de Lamarck está lejos de ser un modelo simple, pese a lo que pudiera parecer a primera vista. Como habrá podido constatarse, la idea de una composición creciente de la organización, fundada en la mera espontaneidad de la materia viva, juega un papel importante dentro de su sistema. Sin embargo, es un principio que se postula sin más especificaciones ni apoyaturas: es un axioma dentro del mundo conceptual de la Filosofía zoológica. Pero existe aún otro principio que sólo en contadas ocasiones cobra una formulación explícita. Lamarck defiende con reiteración que las circunstancias ambientales producen necesidades nuevas, y que a éstas el organismo responde con nuevas acciones. Mas lo que no siempre formula es su pretensión de que la voluntad del animal cumple una función primaria en este encadenamiento de causas. Lo que mueve a un animal a realizar una acción cualquiera es su voluntad. Las voliciones animales son el nexo entre las necesidades a satisfacer y las acciones emprendidas para cubrirlas. Y es esa preponderancia decisiva de la voluntad –que luego se expresará fisiológicamente en la afluencia de fluido nervioso– la que se erige en segundo principio de la filosofía que hay en la Filosofía zoológica, y la que torna más sofisticada la posición de su autor, quien afirma:

Más tarde intentaré demostrar que, cuando la voluntad determina a un animal a una acción cualquiera, los órganos que deben ejecutar esta acción se ven conducidos a ella por la afluencia de fluidos de sutiles (del fluido nervioso) que se convierten en la causa determinante de los movimientos que la acción de que se trata exige. Una multitud de observaciones constatan este hecho que ahora no sabríamos poner en duda.
De esto resulta que las repeticiones multiplicadas de estos actos de organización fortifican, extienden, desarrollan, e incluso crean los órganos que son necesarios. No hay más que observar atentamente lo que sucede en todas partes en este sentido, para convencerse del fundamento de esta causa de desarrollo y de los cambios orgánicos (Lamarck, 1971: 202203).

Las modificaciones que sufre un órgano a través del hábito son conservadas en la descendencia, pasan a la generación siguiente, si se trata de cambios que incorporan los dos individuos que intervienen en la reproducción sexual. De este modo se propagan las novedades estructurales, adquiriéndolas muchos individuos por una vía distinta a la que las ha creado. Por el contrario, en las reuniones reproductivas donde se mezclan caracteres diferentes, el efecto –la modificación– se diluye, de acuerdo con la teoría de la herencia intermedia admitida en la época. Ello justifica que las particularidades de forma, derivadas de circunstancias asimismo particulares, puedan desaparecer en muchos casos. De hecho, si las grandes distancias que separan a los hombres que viven en esta o aquella zona de la Tierra se hicieran mucho menores, los caracteres distintivos que presentan las razas resultarían eliminados.

Lamarck concluye este capítulo central de la Filosofía zoológica en el que se compendia su transformismo –el VII, como se ha indicado–, enfatizando la oposición entre lo que llama la conclusión admitida hasta hoy y la que ofrece como particularmente suya. Según la primera, la naturaleza o su Creador previeron todas las posibles circunstancias en que tendrían que vivir los animales y dieron a cada especie una organización constante, una anatomía invariable, que le obliga a habitar lugares definidos, así como a poseer costumbres inmutables. El efecto del uso sobre los órganos, o la herencia de rasgos adquiridos, no eran ignorados, desde luego, por los contemporáneos del naturalista francés; aunque Lamarck pueda reivindicar con razón que su puesta al servicio de un transformismo más articulado es un mérito que le corresponde. Hasta ahora se ha imaginado –dirá– una organización constante en los animales y unas circunstancias ambientales permanentes. Pero se trata de una premisa falsa a todas luces, porque las circunstancias que rodean la vida animal sufren variaciones considerables, que alteran las costumbres, y por medio de ellas las partes y la organización de los individuos. Sólo cabe una conclusión: la naturaleza, que ha generado todas las especies –comenzando por aquellas más simples o imperfectas– ha sido capaz de complicar gradualmente la organización de los animales. Al esparcirse éstos por los distintos continentes, han sufrido la influencia de muy diversas condiciones de vida, que los han hecho contraer hábitos nuevos y modificar su estructura.

¿Cuál es la contribución del principio de la voluntad animal a todo este cuadro? La cuestión de la voluntad animal es, muy directamente, la cuestión de la teleología, y se sitúa en la zona nuclear del esquema lamarckiano: el papel de la adaptación. Si Lamarck hiciese una interpretación mecánica de las modificaciones orgánicas, no podría justificar que todas fuesen adaptativas. La causalidad mecánica impondría una rigidez, una inflexibilidad en las respuestas de los organismos a los cambios del medio que ocasionaría más destrucción biológica que supervivencia. Sin embargo, si toda respuesta del organismo resulta ajustada al cambio de las condiciones ambientales, entonces el ciego determinismo mecánico no puede ser responsable de las exquisitas modulaciones adaptativas que presenciamos. El escenario ecológico lamarckiano es el mejor de los posibles, al extremo de que la extinción aparece dentro de él como una auténtica anomalía que necesita ser explicada. Dentro de ese escenario la finalidad tiene un papel crucial. Lo posee ya dentro de la primera de las leyes formuladas en la Historia natural de los animales sin vértebras, puesto que si existiera una determinación mecánica para la complejidad creciente en la organización biológica, tal complejidad no habría de resultar necesariamente adaptativa. La ley del desarrollo progresivo requiere que la teleología garantice un incesante trabajo de ingeniería biológica que nunca desemboque en fracasos. Tal vez esté justificado leer en semejante tendencia hacia la complejidad la huella de la biología romántica de Goethe u Oken. Ahora bien, cuando los animales –o las plantas– han de adaptarse a un entorno en constante alteración –es decir, cuando las acciones han de resultar medidas a los desafíos medioambientales–, si no se contara con una voluntad capaz de poner en marcha los hábitos adecuados para una correcta acomodación a esos retos, esto es, si no entrara en funcionamiento una voluntad apoyada en la eficacia de causas finales, el éxito adaptativo sería poco habitual, en vez de incesante.

A la luz de esta –necesariamente breve– recapitulación de las tesis que Lamarck propone en la Filosofía zoológica, pensamos que pueden subrayarse las siguientes afinidades entre su posición teórica de fondo y los rasgos fundamentales de la perspectiva abierta por las corrientes contemporáneas que abordan el estudio de los sistemas complejos adaptativos:

1. La fuente de novedad biológica es primariamente para Lamarck el organismo, si atendemos a su primera ley –tendencia a la creciente complejidad en la filogenia–. Los organismos son concebidos, pues, como entidades con capacidad de auotoorganización espontánea, sin que quepa, además, referir reductivamente tal capacidad a entidades elementales que existan dentro de ellos.

2. La generación de formas, aun dependiendo de una tendencia propia de los organismos a su autoorganización, está ligada, asimismo, a la acción de factores externos. Estos factores aparecen como desafíos del entorno, si bien, frente a su papel de filtro selectivo de las variaciones individuales en el modelo darwiniano, suponen para Lamarck ocasiones para que los seres vivos manifiesten sus inherentes capacidades adaptativas.

3. Por su misma naturaleza, el contexto justificativo darwiniano de la dinámica morfogenética en la filogenia es marcadamente histórico y narrativo. No existen constricciones legales o principios que soporten la estabilidad o la innovación estructuralfuncional.
El agente principal –aunque no exclusivo– de la morfogénesis es el ensamblaje por ensayo y error que lleva a cabo la selección natural. Lamarck da por existentes, sin embargo, principios morfogenéticos que operan espontáneamente –primera ley–, y los considera igualmente activos en la respuesta fisiológica de los organismos ante los cambios en el medio y las nuevas necesidades que éstos imponen –segunda ley–.

4. Desde una perspectiva dogmáticamente darwiniana, la arquitectura anatómica de los seres vivos es producto del trabajo de un relojero ciego –la selección natural– que actúa sobre materiales generados accidentalmente. En cierto sentido, que desde luego cabría matizar, los grupos biológicos encarnan formas accidentales. Una vez más, la convicción lamarckiana de que existen leyes morfogenéticas –aunque queden éstas simplemente sobreentendidas en su existencia, y no formuladas o precisadas más allá de la eficacia operativa de la voluntad animal, como responsable de la adecuación en la respuesta del organismo a un medio cambiante, o de la tendencia espontánea de la materia viva a autoorganizarse– la convicción lamarckiana de que existen leyes morfogenéticas –decíamos– obliga a entender la forma biológica como el resultado del reajuste morfológico a que obligan los factores accidentales del medio; factores a los que responden los organismos, sin embargo, a través de principios morfogenéticos internos, estabilizadores, adaptativos y autoorganizativos. No cabe, así, entender las formas como estrictamente accidentales.

5. Esta relevancia esencial de las formas orgánicas impediría considerarlas –desde la óptica a que invitan las actuales ciencias de la complejidad– simples máquinas de supervivencia al servicio de alguno de sus genes. La configuración estructural de los organismos –al estar sometida a leyes y a propensiones funcionales no menos regladas, sugería Lamarck– debe tomarse como punto de partida en la explicación del curso filogenético, junto a los factores externos. La función crea el órgano, es cierto, pero no crea cualquier órgano, porque la función está sometida, en otro sentido, a las leyes presentes en los organismos, que de modo espontáneo y autónomo rigen la estabilidad y la creación de formas.

6. En síntesis –y sin entrar en la viabilidad futura de los ensayos explicativos que puedan derivarse de la teoría de los sistemas dinámicos adaptativos o de las nuevas ciencias de la complejidad – lo cierto es que estos enfoques y líneas de investigación resultan mucho más próximos a la conformación y raíces conceptuales de la biología lamarckiana que al neodarwinismo en sus diferentes concreciones.

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(NOTA 1) La exposición que realizamos de la biología lamarckiana es un resumen del capítulo dedicado al autor de la Filosofía zoológica en GONZÁLEZ RECIO, J.L. Teorías de la vida, Madrid, Síntesis, 2004, pp. 215232.
(al texto)


FRANCISCO JAVIER SERRANO BOSQUET

  • Licenciado en Filosofía, Diplomado en Estudios Superiores (Suficiencia Investigadora Maestría) en Filosofía de la Ciencia y en la actualidad realizando la tesis doctoral en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.
  • Profesor invitado en el ITESM en la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Campus Monterrey y Profesor tutor en la Universidad Virtual del ITESM.
  • Varios artículos en revistas y libros en proceso de publicación.
  • Tecnológico de Monterrey Campus Monterrey.
  • Profesor de Cátedra Tutor
    Centro de Valores Éticos
    Departamento de Humanidades
    División de Humanidades y Ciencias Sociales
    Tel.: 52 (83)28 42 54 ó ext. 4346
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JOSE LUIS GONZÁLEZ RECIO

  • Licenciado en Filosofía, Premio Extraordinario, por la Universidad Complutense de Madrid (1979)
  • Doctor en Filosofía por la misma universidad (1985)
  • Becario del Centro de Estudios Universitarios, del Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Dirección General de Universidades e Investigación (Ministerio de Educación y Ciencia)
  • Profesor Titular de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense asignaturas de Filosofía de la Naturaleza y Teorías de la Vida.
  • Investigador sobre Filosofía de la Naturaleza e Historia y la Filosofía de la Ciencia –
  • Director de los Proyectos de Innovación Educativa Los orígenes europeos de la ciencia moderna (2004), y Pensando la naturaleza desde las universidades europeas (2005), ambos subvencionados por la Universidad Complutense
  • Traductor al castellano de textos de Isaac Newton, Moritz Schlick y Alfred North Whitehead
  • Ha publicado numerosos trabajos en revistas de su especialidad
  • Autor de los textos Fundamentos teóricos de la biología contemporánea, Madrid, 1985 y Teorías de la vida, Madrid, 2004.
  • Editor de la obra El taller de las ideas. Diez lecciones de historia de la ciencia, México D.F., 2005
  • Coeditor con la profesora Ana Rioja de los libros Los orígenes europeos de la ciencia moderna, Madrid, 2004 y La Filosofía de la Naturaleza y sus fuentes en Internet, Madrid, 2004.
  • Dirección postal: Despacho 2051, Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, 28040 Madrid; email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. ).

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